Relato Diego Gabbana Parte 6
Parte 6
Canción: Banks – Brain
No volví a verle. Bueno, eso no era del todo cierto. Le
había visto, apenas un par de veces y de forma fortuita, pero habría preferido
lo contrario. Yo le ofrecí indiferencia y él, a cambio, me entregó un
silencioso reproche ignorando que me perseguiría constantemente.
Por eso aquellas últimas semanas se hicieron tan difíciles.
Había cometido un gran error yendo hasta la casa de Eric y acorralándole en su
propio portal con toda la intención de exponerle. Me castigaba continuamente
por ello, pero ya no había forma de erradicarlo. Lo había hecho y, aunque me
arrepintiera, jamás podría olvidar como Eric pretendió entregarse a mí sin
importarle su entorno.
A diferencia de él, yo no lo tenía tan claro. ¿Cómo iba un
Gabbana a encamarse con otro tío que, para colmo, era menor? Debía estar
enfermo.
Entre el alcohol y la maldita imagen del pequeño de los
Albori condenadamente afianzada en mi cabeza, fui dando tumbos con el coche
hasta la periferia. La visión que tenía de mí mismo en ese momento era la de un
hombre que controlaba al volante y que era perfectamente capaz de maniobrar.
Pero cuando un carabinieri se asomó a mi ventanilla y me miró asombrado, supe
que probablemente había arrasado con todos los retrovisores de los coches
aparcados en la zona.
—Señor Gabbana, no debería… —Le interrumpí de inmediato
mientras me bajaba.
Pensé que caminar me resultaría complicado, pero eso por el
momento estaba controlado.
—Obviemos que me ha visto, ¿de acuerdo? —Balbuceé
estampándole un bonito billete de quinientos euros en el pecho—. Creo que no
volveré a coger el coche. —Y él no volvió a protestar.
Así que pude emprender mi camino hacia… No, no tenía ni
puñetera idea de donde estaba. Pero tampoco me importó porque lo único que
necesitaba era beber hasta perder el conocimiento. Al parecer, podría
conseguirlo porque encontré un garito bastante cochambroso al final de aquella
maldita calle llena de socavones.
Media hora más tarde mi trasero estaba perfectamente
acomodado en un taburete y mis dedos sostenían la cuarta copa. Poco a poco me
acercaba a ese estado que tanto deseaba. Estaba seguro que lo conseguiría,
hasta que de pronto alguien más entró al local.
Y trajo consigo la peor de las compañías.
Por un momento, Mauro y aquella canción de Fink se
armonizaron a la perfección.
—¿Qué coño haces? —Dijo furibundo dando un golpe sobre la
madera.
Habría podido disimular mi sobresalto ante aquel ruido sordo
si hubiera estado sereno, pero no era el caso.
— ¡Mauro! ¿Cómo tú por aquí? —exclamé y me fue
imposible desnudar a Eric con la mirada. Joder, si hubiera venido solo, le
habría arrastrado a los lavabos. Y Mauro se dio cuenta—. Vaya y vienes con el
pequeño Albori.
Eric se tensó y cogió aire profundamente. No le estaba
haciendo gracia verme así. Pero ¿a quién coño le importaba?
—Diego, ¿de qué va todo esto? —continuó mi primo.
—Vamos, divirtámonos. No resulta difícil si te tomas un par
de estas. —Señalé mi vaso.
—Joder… Vámonos.
—Mauro, no estoy borracho. —No del todo. Así que si quería
pelear conmigo, no tendría problema.
—Eso ya lo veo, pero no te falta mucho —comentó intentando
mantener la calma—. Muévete.
— ¿Sabes cuál es la gracia de todo esto? —Me acomodé en
el puñetero taburete—. Que a más bebas, más olvidas y es exactamente eso lo que
me he propuesto. Así que ser buenos chicos y bebed conmigo o iros a tomar por
culo, ¿me habéis oído? —Le amenacé y esa amenaza me dejó un sabor agridulce en
la boca.
Porque beber no me devolvería a mi hermano y tampoco me
permitiría mirar a Eric como se merecía. Este último fue el siguiente en
hablar, desconcertándome.
—No, eres tú quien no nos oye a nosotros. —Su voz disparó
todas mis alertas. No resistía—. Levántate de una puta vez.
Y lo hice. Pero con violencia. Me planté frente al Albori
dispuesto a cualquier cosa.
—No me da órdenes un puto mocoso —mascullé al tiempo en que
Mauro me ponía una mano en el pecho. Él supo leer mis intenciones y quiso
indicarme que no me lo pondría fácil.
—Cuidado, Diego —dijo, pero ya no le escuchaba. Porque
acababa de perderme en la mirada de Eric y en todas las pretensiones que
mostraba.
Me exigía algo que solo él sabía y que yo me moría por
compartir. Estaba llegando a mi límite, no me vi capaz de soportar por más
tiempo todo aquel calor que me provocaba su cercanía. Quería corromperlo…
Quería poseer hasta el último rincón de su mente y su cuerpo.
Pero no debía. Todavía me quedaba algo de humanidad. Así que
me detuve y huí de allí por la parte de atrás.
En cuanto la puerta se cerró tras de mí, me incliné hacia
delante y apoyé las manos en las rodillas. La bocanada de aire fresco que llenó
mis pulmones no fue suficiente. Me ahogaba, me hervía la piel. No podía evitar
sentirme vulnerable. ¿Cómo demonios lograba un crío de diecisiete años
alterarme de aquella manera? ¿Hacer que todo mi cuerpo y mi mente se perdieran
y pasaran a ser de su propiedad? ¿Cómo conseguía que me gustara sentirme tan
atrapado por él?
Comencé a caminar. De pronto me notaba completamente sobrio.
Ese adormecimiento que me perseguía ya no se debía a la bebida, sino a los
deseos irrefrenables que me había despertado aquel maldito niñato.
—Por si no lo sabes, tu casa está en la dirección opuesta.
—Esa voz… se clavó en mi pecho engrandeciendo mi tortura.
Tuve un espasmo.
—Puto maricón… —escupí las palabras. Y aunque me arrepentí,
esperé y deseé con todas mis fuerzas que ese comentario le hiciera ver que no
le convenía una persona tan incapaz de decidir como yo.
Pero de nuevo provoqué una reacción completamente distinta a
la esperada. Irascible, Eric se acercó a mí y me soltó un puñetazo. Cuando reaccioné
ya estaba en el suelo y saboreaba el regusto a óxido de la sangre en mi boca.
—El maricón puede partirte la cara, capullo —gruñó mientras
yo me limpiaba la sangre. Después me levanté de un saltó y borré la distancia
que nos separaba.
Eric se estremeció y yo fruncí los labios, ansioso por
encontrar una respuesta. Me obligué a caminar.
<<Esto no puede estar pasándome… ¿Qué está
ocurriendo?>> Mi cabeza era un maldito caos.
— ¿Ya está? ¿Eso es todo? —se quejó Eric. Me seguía.
<<Basta. Para de una vez. >> Pero ni
siquiera estaba seguro de querer eso.
—¿Y qué esperabas? —Me di la vuelta y le observé mordaz—.
Dime, Eric, ¿qué esperabas? ¿Qué te besara, a ti? —Comencé a moverme a su
alrededor, sabiendo que le intimidaba tanta expectación. Ahora mi siguiente
paso dependía de él. Si Eric no retrocedía yo ya no tendría fuerzas para
hacerlo—. ¿Yo, un Gabbana? ¿Y después qué? ¿Tal vez…?
—Cállate… —me interrumpió justo a tiempo. Fue listo al no
querer escuchar lo que podría hacerle a su cuerpo. No iba a andarme por las
ramas, sería explicito. Quería serlo—. ¿Ocultas tu cobardía tras la
intimidación? ¿Tú, un Gabbana? No esperaba que fueras tan cretino. —Masculló
con rabia.
Ya no pude más. Fui violento y cruel al cogerle del cuello y
estamparle contra la pared. Me importó una mierda que se le escapara un quejido
de dolor o que me mirara con un poco de miedo. Ignoré sus alarmas y también las
mías antes de zambullirme en su ardiente boca.
Me apoderé de ella con osadía y apenas pude controlar la
convulsión cuando sentí su lengua dar la bienvenida a la mía tras haber gemido.
Eric no dudó en aceptarme. Se aferró a mi cuello mientras yo le rodeaba la
cintura en un abrazo posesivo. Jadeaba entre beso y beso, temblaba y eso me
volvía más y más loco. Quería más de aquel chico, mucho más. Un simple beso no
bastaba. Quería sentir su cuerpo pegado al mío, su piel erizándose bajo mis
manos. Quería escucharlo gemir en mi oído mientras sus dedos se clavaban en mi
espalda.
Y supe que él me daría todo aquello sin restricciones. Pero
¿hasta dónde estaba dispuesto a llegar? ¿Qué sería capaz de entregarle tras
haber saciado mi necesidad de él? ¿Cuánto perdería Eric en el camino si decía
adorar también a mis demonios?
No lo sabía. No tenía la respuesta a ninguna de esas
preguntas.
—¡Maldita sea! —grité dando un salto hacia atrás—. ¡¿Qué
estás haciendo?! ¡¿Qué coño haces conmigo?! —Me llevé las manos a la cabeza y
me desquició la sensación que siguió al gesto. Él, con un solo beso, había
logrado que sintiera una emoción extraordinaria y totalmente desconocida.
Eric me observó confundido y más adolescente que nunca. No
sabía cómo interpretar mi actitud. ¿Rechazo? ¿Obstinación? ¿Locura? Quizás era
un poco de todo. Ni yo mismo lo sabía. De lo único que estaba seguro en aquel
momento era del extraño calor que hormigueaba en mis labios.
—Diego… —susurró acariciando mi brazo.
<< Aléjate de mí, Eric. Por favor. >>
—Cállate, no me toques —gruñí esquivando su caricia. Allá
donde él tocaba mi mente se encargaba de enviarme una descarga—. Me estás
volviendo loco. —Que él interpretara eso como le diera la gana.
—¿De qué estás hablando? —Fui un capullo al apartar sus
manos de un palmetazo cuando quiso volver a tocarme.
—No te acerques a mí. ¡Déjame en paz, joder! —Y eché a
correr en dirección a mi coche.
Ni siquiera recordaba donde estaba, fueron mis instintos los
que me guiaron, quizás porque ellos también querían huir. Pero no conté con
Eric estaría siguiéndome y se subiría al vehículo al mismo tiempo que yo.
—Baja del coche —mascullé sin aliento.
—No —jadeó él. Su pecho subía y bajaba, le temblaban las
manos.
—¡Me cago en la puta! Lárgate de aquí. —Ni con aquella
protesta logré que se arrepintiera de lo que podía suceder entre los dos si
venía conmigo.
—¡No me bajaré, no dejaré que cometas una locura! —gritó. Y
su preciosa mirada verde resplandeció iluminando el interior de aquel coche.
No, no se iría, a menos que yo se lo pidiera con honestidad.
Pero alejarlo de mí en ese momento habría sido la peor mentira que me hubiera
dado jamás.
Inconscientemente, arranqué y salí de aquella calle sabiendo
que Eric me observaba fijamente con una expresión indescifrable.
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